sábado, 4 de marzo de 2023

La joven de la perla critica las ideas innatas

 

     Iniciamos el estudio del empirismo británico constatando las muchas críticas que estos autores lanzarán contra los racionalistas, en especial en el terreno de la "teoría del conocimiento". Recordemos que los “empiristas” niegan la posibilidad de conocer algo distinto de las “cualidades sensibles de las cosas”, por tanto, el concepto de “sustancia” (substance) es algo vacío, sin correlato real, que sólo expresa el enlace o unión que realiza el pensamiento a partir de un conjunto de fenómenos sensibles, generando una “idea compleja muy elaborada” en la que reposan esas cualidades. Para el inglés John Locke (1632 a 1704), existe un límite a nuestro conocimiento: no se puede ir “más allá de las ideas”, que proceden solamente de la “experiencia” (experience). En su obra “Ensayo sobre el entendimiento humano” (An Essay Concerning Human Understanding) niega las llamadas “ideas innatas” (innate ideas), tales como “Dios”, “Mundo” o “Yo”, que para los racionalistas resultaban evidentes “por una simple inspección de la mente”. Para el escocés David Hume (1711 a 1776), nada hay más lejos de la realidad, ya que nuestra única certeza proviene de las “impresiones” (impressions), y no de las ideas (con lo que le da la vuelta a la tortilla, haciendo de las ideas copias imprecisas de las cosas, y no al revés, como sostenían idealistas como Platón, Agustín, Descartes…).

     John Locke (podéis consultar en los siguientes enlaces tanto la biografía del autor como algunas de sus más importantes sentencias) llamará “idea” (idea) a cualquier “contenido de la mente”, si bien toda idea tiene su origen en la experiencia, pues los únicos materiales con los que cuenta el sujeto que conoce “proceden de los sentidos”. Las ideas son de dos tipos: en primer lugar tenemos las “ideas simples” (simple ideas), que provienen exclusivamente de la experiencia, sin intervención alguna de la mente, y constituyen la auténtica materia del conocimiento, y que pueden ser de tres tipos: “ideas de sensación” (sensations) aquellas que obtenemos a través de uno o varios sentidos externos; “ideas de reflexión” (reflections) que proceden del interior de nuestra mente cuando ésta reflexiona sobre sus propias operaciones, componiendo así ideas como pensar, dudar, calcular, razonar...; e “ideas mixtas” (mixted) cuyo origen es a un tiempo la sensación y la reflexión, y que se concretan en las pasiones humanas. En segundo lugar tenemos las “ideas complejas” (complex ideas), que se generan por “asociación de ideas simples” y, contrariamente a lo que sucede con aquellas, en estas interviene activamente la mente “combinando”, “comparando” o “separando” ideas simples. Por muy abstracta y alejada de la experiencia que esté una idea compleja, siempre va a poder ponerse en relación con una o varias ideas simples, en la medida en que la mente las ha combinado, comparado o separado.


     Ahora bien: “¿cómo puedo estar seguro de que una idea simple es cierta?” Obviamente, la “certeza” aparece cuando la mente percibe la idea de manera “directa e inmediata”, si bien esta “intuición”, frente a Descartes, es estrictamente “empírica” y no intelectual, y este hecho la configura como nuevo “criterio de verdad”. Pero la intuición directa e inmediata no es el único modo de obtener conocimientos ciertos: también pueden lograrse por la vía “demostrativa”, de manera mediata, siempre que ésta proceda a partir de lo que hemos obtenido por intuición directa e inmediata. Este análisis nos conduce a un problema de graves consecuencias para el empirismo: si el contenido de la mente son las “ideas”, no las cosas reales, ¿cómo estar seguro de que tales ideas se corresponden con un “mundo de objetos reales” fuera del “sujeto”? Locke responde recurriendo acríticamente a una vieja idea escolástica según la cual “todo efecto es producido por una causa similar a él”, por lo que debe de haber un “mundo exterior” que provoque las ideas “dentro de mí”. Pero como en Descartes o en Leibniz, este recurso esconde la afirmación de un “Dios bueno y providente” que asegure la armonía entre la mente y el mundo: lo insostenible de esta respuesta hará inevitable la deriva del empirismo hacia el “fenomenismo” de Berkeley y Hume.

     En la reciente película “La joven de la perla” (ASL 2003) de Peter Webber, nos encontramos con un ejemplo notable de los planteamientos empiristas. El pintor Johannes Vermeer (1632-1675), célebre artista flamenco del siglo XVII (Colin Firth), enseña a su joven criada (Scarlett Johansson), que más tarde servirá de modelo para el famoso cuadro del título, a desechar los datos que nos vienen “directamente de la razón” en favor de las “percepciones producto de la sensibilidad”, ya que las primeras ocultan la verdadera realidad y no son más que “prejuicios” que distorsionan nuestro conocimiento. El verdadero conocimiento consiste en ver, en apreciar los matices de las nubes, no en dejarse llevar por la idea preconcebida de que “las nubes son blancas”. Una buena lección de empirismo para empezar a razonar sobre la disputa entre Descartes y Hume, disputa que pretende salvar Immanuel Kant (1724 a 1804) al integrar los datos de la sensibilidad (los colores “reales” de la nubes) con los conceptos (nuestra idea de “nube”, que tiene una forma o configuración definida en nuestra mente, a pesar de que las nubes no tienen forma) para progresar hasta el “objeto”, entendido como la suma de la “representación” y el “concepto”, como la unión de la realidad (lo que ya está dado) y el entendimiento (lo que nosotros ponemos en ella).

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